miércoles, 7 de febrero de 2007

Las virtudes de Onán

“No la puedo contrariar:
la vida es un sueño fuerte
de una muerte hasta otra muerte
y me apresto a despertar.”

Severo Sarduy, In my beginning is my end.

I
Llámenme Onán, le dijo un día a la pandilla de Don Gato. Y no pregunten por qué, agregó, sólo piensen en la simiente derramada. Era viernes de cerveza y mota, como todos los viernes y como casi todos los días. Casi todos los días. Lindos tiempos aquellos y más lindo tu Macondo privado en que Mary Jane no era perseguida y la raza aún vivía la resaca de Woodstock y Bangladesh y éramos idealistas y no queríamos conquistar el mundo ni ser importantes ni toda esa mierda de ser algo en la vida, éramos nihilistas sin saberlo y la nada era nuestro todo.
En aquel tiempo, y sin haber leído Rayuela ni ser fanáticos de Siddhartha, ya acariciábamos una suerte de nirvana tercermundista y accedíamos, vía fervorosos jalones a la bacha de mota, a esa realidad otra que La Maga buscaba detrás de las nervaduras de una hoja en sus andanzas por callejuelas y cafés parisinos. Y todo lo aderezábamos con música, que en esa época la entendíamos como un universo cerrado, hermético quizás, donde no cabían más que las cuatro letras eternas y excluyentes: “ROCK”. Y por rock entendíamos Black Sabbath, Yes, Jethro Tull, Led Zeppelin, Pink Floyd, Doors, el selecto grupo, las grandes ligas, y luego venían una serie de dioses menores: Eagles, ELP, Boston, BTO, U2, The Police, Supertramp, Alan Parsons, et. al., y para las bajonas recomendábamos a Wakeman y sus siete esposas, cómo no, y para curarte a fondo las melancolías “en cero” (no beer & no cannabis) nada mejor que Cat Stevens y su triste Lisa. En aquellos tiempos modernos no había libros de autoayuda ni coritos de mierda ni grupos de rockeritos descafeinados, tampoco se había inventado la mariconería esa del rock en español (qué insufrible hubiese sido que nos quisieran hacer tragar a esos baladistas anoréxicos que hoy tratan de emular a Jim con baladitas reconvertidas y des-entonadas con espantoso acento argentino); no, en ese tiempo todo era duro y sin medias tintas. “No existen ideas generales”, repetía con aires de suficiencia encaramado en la barra del “Nueva York nunca duerme” a todo aquel que quisiera oírme; “o somos extremos o no somos nada”, mascullaba enfático. Y la pandilla de Don Gato asentía levantando las Salvavidas hacia el cielo raso pintado o despintado de azul horroroso, pero que yo alababa con entusiasmo y le llamaba nuestro cielo protector, después de haberme regodeado con las andanzas de Kit, Tunner y Port. Qué noche aquella. Fue cuando les contaste la historia de las tres muchachas cuyo sueño era tomar té en el Sahara. Pues ya les digo, de ahí viene Tea in the Sahara, les repetías; The Police se inspiró en la historia de Outka, Mimouna y Aicha, les decías; y después viene Wrapped around your finger sonando en la rockola y entonces retomabas la referencia bizantina y dabas fe de la alusión a las rocas asesinas de Escila y Caribdis… y así se iba la noche y Prim se limitaba a repetir: “Ah, este pequeño Larousse…” Hermosos tiempos modernos sin espacio para la mediocridad, no había nada light, ni cervezas Bahía ni Port Royal, ni cigarritos de amanerado, o Salvavida de camionero o nada, Belmont rojo y Pinares y mota a discreción, comprada en El Progreso, donde Mélida, siempre generosa con el escote y con la probadita, el jalón que te anticipaba el nirvana, el último tren a Londres, stairway to heaven… Pero ahora eras Onán, el que derrama la simiente, el eterno incomprendido, el falso masturbador, o el gran masturbador (no, ése es de Castellanos Moya), al que castigan por…aunque viéndolo bien creo que su castigo fue justo, por hipócrita, vicio que debería ser penado siempre con severidad, y luego porque dejó a Thamar insatisfecha, cosa mala por cierto, tan mala que la necesitada muchacha, o tal vez no era ni tan muchacha, sobre todo atendiendo al hecho que en la Biblia la gente vive matusalénicas jornadas y los viejitos son excepcionalmente potentes, como ya se vio con Abraham, y como se verá con Judá quitándole las ganas a su nuera y haciéndola concebir un hermoso par de críos, y luego justificando tal cosa, aunque quizás esta justificación no sea del agrado de las feministas de este nuevo siglo, a quienes es muy probable que tampoco les guste la frase relacionada con las ganas, porque ellas aseguran que no les dan, y se declaran falofóbicas. Pero esa ya es otra historia y mejor les cuento la de Onán, al menos por partes, así como la voy investigando, y también como la imagino o como la reescribo, porque desde que ando en esto de la lectura –o de las letras, como me gusta decir para darme importancia- me da por reinventar historias o por plagiarlas, pero a mi gusto, tomando argumentos prestados. Es la poética del palimpsesto, les digo a unos empleados de la bananera, quienes han estado poniendo oídos a mi charla con el Socio, a quien, como habrán de suponer, le estoy contando por enésima vez todo este cuento. Lo bueno es que el Socio tiene más paciencia que Penélope y nunca hace mala cara a mis disquisiciones, además él no fuma, sólo es devoto del lúpulo y la cebada, así que lo toma todo con calma, como si fueran loqueras de marihuanero, como en efecto pueda que sean, aunque tal vez no, en fin, quién sabe, lo cierto es que para efectos de esta historia soy Onán y así quiero que me llamen.

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