Una narrativa de signo contemporáneo
Cuando todavía vestía uniforme estudiantil, Mario Gallardo descubrió, en la literatura, mucho de lo que su provinciana realidad, en la norteña ciudad de La Lima, le negaba. A partir de esa epifanía (¿Cortázar?, ¿Borges?), se convirtió en lector vorazmente apasionado. La llegada de internet completó el círculo y lo hizo un cibernauta a la caza del último título publicado en los centros de poder cultural. De la mano de un creativo insomnio ha explorado vetas de gran riqueza: literatura, cine, pintura… Le calza bien aquello de “viajero inmóvil”. De ahí un inusual bagaje de conocimientos que, tal como vemos en buena parte de la narrativa contemporánea, hábilmente entreteje –en auténtica labor de reescritura– en su propia elucubración ficcional. La intención salta a la vista: poner a la literatura hondureña a tono con el pulso del mundo: Roberto Bolaño, Ricardo Piglia, Enrique Vila-Matas, Rodrigo Rey Rosa, Eduardo Halfon... Su primer libro de relatos, Las virtudes de Onán, comprueba que transita por camino seguro. Por otra parte, como cuestión generacional, la condición posmoderna ha permeado su sentir y lo ha dotado de una visión sumamente acre del entorno vital: toda la viscosa realidad del yo y su contexto se lee en el trasfondo de sus relatos. El quiebre conceptual implícito en el cambio de paradigmas conforma la sustancia de la cosmovisión que yace en la estructura profunda de los mismos. Un libro que demanda, pues, una lectura de lo no dicho, de lo sobreentendido: del signo que ha quedado en los entrepliegues de la palabra. Debajo de la apariencia fluyen el asco y el desencanto y uno que otro esperanzado brote. Trasladar en forma literariamente válida el haz de emociones y conceptos surgidos de este caldo de cultivo ha sido posible porque Gallardo posee el penetrante tercer ojo, indispensable para acceder a las entretelas menos gratas de la condición humana. Posee el implacable “detector de mierda” del cual hablaba Hemingway y, para fortuna de nuestras letras, no tiene ningún empacho en hacer de ella la argamasa esencial del trabajo creativo. Ese es el origen de su iconoclasia. Procediendo con analogías, Gallardo arremete sin piedad contra cualquier situación, personaje o entidad que, a su juicio, refleje un antivalor. Especialmente es cáustico contra la mediocridad ambiente. Sobre todo con aquella que, en una u otra forma, se relacione con la literatura. También es provocativo. No se inmuta ni se reprime para decir lo que, a su juicio, tiene que decir. Resumiendo: un escritor informado, penetrante, iconoclasta y provocativo. Cuatro condiciones que revelan su explosividad en “Las virtudes de Onán”, relato cuyo protagonista, significativamente, percibe un “agujero océano” exactamente del “lado izquierdo del pecho”.
Helen Umaña, Nota para la contraportada de Las virtudes de Onán
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